LA LEYENDA DE LOS CANE



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BUSCADOR DE PALABRAS


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Traducción de la versión Aztekatl de Tamazullan Gro., por el Príncipe 
Dr. Yäkanini Metztli-Kuauhtemok K.
   El río corre rumoroso con sus aguas cristalinas, durante el día, las 
mujeres van a sus riveras a lavar sus ropas de algodón; mientras sus niños
juegan entre el zacate y las flores esperando que las madres terminen sus
faenas de limpieza y entre la cálida brisa y los rayos del sol, ondean como
banderas las albas ropas, poniendo un paréntesis al fondo azul del cielo.
   Un día, las mujeres sintieron que sus niños, callados estaban sentados 
alrededor de un corpulento árbol como si escucharan una voz secreta que los
entretenía placenteramente y su quietud llamó la atención de las mujeres.
   Cuando llevaron por la tarde a los niños, de regreso a su casa, notaron 
que ellos iban como autómatas, como si su pensamiento no les perteneciera y
poco caso hacían de las voces de las madres, parecían muy alejados del mundo
de la realidad. 
   Varios días los niños, permanecieron como “ausentes” de si mismos, pero 
no mostraban inquietud, ni enojo, ni malestar, sino que parecían absortos
en algo muy lejano que les tenía aprisionada el alma.
   Consultada una Ilamatzin Tiaçka sobre aquel extraño caso de los niños 
dijo:
-Ellos están presentes; pero al mismo tiempo están ausentes.
-Que queréis decir con eso,-preguntó una señora-, venerable Ilamatzin?
-Que el cuerpo de los niños está aquí con Uds. las madres; pero una fuerza
extraña de las aguas y los campos, ha retenido su “Tonal” que juega y
platica entre las flores y las aguas del río. Para que los niños puedan
ser nuevamente como nosotros, es preciso ir a pedir a los Çane que los
dejen volver, cosa que creo va a ser difícil porque les habrán tomado cariño.
-Como podremos ir a platicar con los Çane? Preguntó una joven madre.
-Es fácil dar con ellos, les gusta jugar durante la noche a la luz de la Luna.
   Y prontamente las madres se pusieron de acuerdo en que la próxima noche, 
a la hora de la salida de la Luna, estarían en la ribera del río a buscar
a los Çane.
   Aquella noche las madres llegaron silenciosamente para tratar de 
encontrar a los Çane, la luz de la Luna vestía el follaje de las plantas de
la rivera con un blanco verdoso de su luz fría. 
   Las mujeres iban en fila cuidadosamente buscando entre las plantas y 
las flores a los seres misteriosos de que les hablara la venerable
Ilamatzin; pero no veían nada y comenzaban a preocuparse, cuando
oyeron sonidos agradables que salían de las transparentes aguas del río.
Una de las señoras se acercó a la orilla y bajo las aguas del río vió
unas figuras pequeñas que hacían sonar las piedras como golpeándolas unas
sobre las otras y entre risas y saltos, entre cánticos y piruetas,
los misteriosos seres seguían haciendo sonar las piedras bajo las aguas.
   De repente desaparecían y quedaba todo en silencio, las aguas seguían 
murmurando sin que nada turbara su camino de cristal; y de vez en cuando;
salía corriendo lleno de risas uno de aquellos extraños seres, no se
sabe de donde, pero el salía de entre las piedras matatenas alisadas por las
aguas. 
   Una joven madre se acercó mucho a las aguas del río y gritó:
-Çane! Çane! Que hacéis con nuestros hijos? 
   Nada les contestó. Todo quedó en silencio, la luz de la luna se ocultó 
por una blanquecina nube y entre las sombras de las aguas del río, los
ojos de las madres quisieron ver algo; pero era un tropel de figuras difusas
que no podían distinguir claramente y entonces rompieron a llorar!
   Uno de los Çane profundamente conmovido, salió dentro de las aguas del 
río, su figura era la de un hombrecillo de muy pequeña estatura, regordete,
con su cara redonda y sus ojos muy vivarachos. Acarició el pelo ondulado de
la joven madre y le dijo:
-No creas que somos malos, somos los amos de la riqueza, bajo el agua 
del río, tenemos grandes piedras de oro, de plata; piedras hermosas como el
diamante, el carbunco y las esmeraldas, sabemos muchas historias
hermosas y por ello, los niños gustan de jugar y escuchar historias.
-Pero donde se encuentran los niños?
-No tengas premura, ahora duermen ya muy tranquilos porque están cansados 
de tanto que jugaron con los cascabeles de oro, las piedras que dan luz y
las campanillas de plata. Si Uds. tienen fe en nosotros y guardan razón,
mañana cuando vengan a lavar volverán los  niños con Uds. tan contentos que
nadie será más feliz en el mundo! Idos ya buena madre, que estamos preparando
muchas cosas y no nos gusta que los de la tierra nos interrumpan. 
   Las madres se fueron muy desconfiadas, pero ya mucho más tranquilas, por 
la esperanza de que al día siguiente tendrían a sus niños sanos y salvos.
   Y así sucedió, cuando llegaron y dejaron los chepecitos de sus niños en 
el blando césped, pronto estos volvieron como a tener vida, reían y cantaban,
se movían inquietos llenos de goce pero además, entre sus manitas llevaban
hermosos collares de esmeraldas relucientes y cascabeles de oro que
tintilaban con agradable son. 
   Ante aquellos hechos, las madres ya no lavaron su ropa; llenas de 
admiración corrían de un lado para otro, se decían cosas bonitas y
admirativas, mostraban unas a otras a sus lindos niños, nuevamente
vivarachos y los adornos con que habían sido regalados por los Çane. 
   Desde esos antiguos años de la feliz época del Imperio Aztekatl se ha 
guardado con sigilo la tradición de los enanitos que se esconden entre
las aguas de los ríos, y cuando alguna joven o niño llega a desaparecer,
las madres van cautelosamente y llaman a los Jefes de los Çane para que les
cuiden a sus familiares y ahora que la miseria azota a nuestra raza, de vez
en vez una piedrecita de oro o una piedra preciosa y brillante suele ser el
alivio de sus males.