EL LITERATO


   Como literato el Dr. e Ing. Juan Luna Cárdenas, tiene una gran cantidad de escritos  interesantes y destacados.

   Entre su obra encontramos cuentos y novelas, entre las que mencionamos las siguientes:

EL HOMBRE DEL ANTIFAZ ROJO

LOS PASTORCILLOS

CUENTO DE REYES

LAS ORQUIDEAS

EL PASAJERO  #9

LOS MINEROS


Y muchas otras más. 

   Pero la obra más importante y trascendente EN EL CAMPO DE LA LITERATURA, lo es sin duda su libro titulado  “LA CASA DE JADE”; libro que en los años sesenta del siglo pasado, fue propuesto al premio nobel de literatura.

   A continuación insertamos un capitulo de esta maravillosa obra maestra de la literatura Aztekatl Universal.

 


PREAMBULO

  

   Muchas obras se han escrito sobre temas de la Historia pasada de la humanidad, unas en forma sistemática, para el estudio concreto de la vida de los pueblos o personajes. Otras se han escrito en forma novelada como la obra de algunos escritores europeos, ya sobre el mundo, naciones o personas. Estas obras casi siempre han tenido un rendimiento mayor porque enseñan los acontecimientos humanos en forma más agradable, sin el peso de la cosa sistemática que tanto desagrada a muchas personas.

   El hecho de escribir amenamente sobre un aspecto histórico y aún darle el dictado de novela, no entraña que lo que allí se dice sea de escaso valor o de valor dudoso, siempre y cuando se narren los acontecimientos con fidelidad real. 

   Esta obra, posee tales condiciones, se ha recurrido a narrar los acontecimientos históricos de una época admirable de América apegados a la autenticidad de los Historiadores Aztekah, sin desvirtuar nada, ni exagerar nada, tal vez si, dejando mucho bueno en el olvido para otra mejor oportunidad.

   Esta obra describe los sucesos con la suavidad que requiere cualquier persona en sus aficiones literarias, sin métodos rebuscados, sino sencillos verdaderos y amenos, a fin de poner al alcance de todas las gentes de habla hispana la oportunidad de leer tales acontecimientos. Debo advertir sin embargo, que la edición castellana es traducción de la obra original que fue escrita en lengua ESPERANTO para los lectores de todo el mundo en donde se practica y habla tal lengua auxiliar. 

   Los acontecimientos que aquí se narran, es verdad que corresponden a una época prodigiosa de América (Ixaçilan); pero más son aún casi los sucesos de la vida admirable de una mujer extraordinaria, extraordinaria en todos sentidos, de sabiduría única en su tiempo, de hermosura peregrina que hicieron de ella un personaje de leyenda, y cuya leyenda aún la tienen en la mente y los labios, con gran veneración, los descendientes Aztekatl de México que no han renegado de su raza. Admirable como mujer de Estado y sobre todas las cosas, madre y heroína que ofrendó la vida en los postreros momentos de la existencia de su reino. Me refiero a la bella reina Xoçitl de la Era Tullan-Teotihuakan-Çolollan-Teotitlan, y otras ciudades cuyo nombre y memoria se pierde en los obscuros rincones del tiempo que fue.

   Como toda persona que lee tiene deseos de cultivarse o es culta ya, se haya con frecuentes nombres que pertenecen a otra lengua extranjera, a la suya habitual, en tales casos suele tener dificultades para darles la debida pronunciación, y cuando lee en voz alta, saltan a la vista los errores de pronunciación que comete, poniendo en un predicamento su personal deseo de ser siempre persona de relevante condición intelectual. Para evitar tales cosas me permito dar al lector las normas necesarias a su buena pronunciación de nombres en la lengua extranjera que aquí se usan y que aparecen escritos en su verdadera y correcta ortografía fonética. Se pronuncian como se escriben. 

   1º.- Las voces de la lengua Aztekatl todas se pronuncian graves.

   2º.- La mayoría de las letras latinas tienen sonido igual. 

   3º.- Hay signos especiales como –ç- que se pronuncia casi como –ch- castellana; la –x-, tiene sonido como la –sh- del inglés o la –ch- francesa, o como la –sch- del alemán. La –ll- se pronuncia como en alemán, inglés o italiano, es decir como “l larga” (nunca como la y), la –h-, suena como en alemán, -j suave-, la –w- suena como en alemán –v- suave. Y algunas de las llamadas vocales como la ä suena como en alemán (e abierta), la ü suena como en alemán (i cerrada); y la u suena como una –u o- breve (nunca u).

   Salvando tales pequeñas dificultades, la lectura y pronunciación de las voces será perfecta. 

                                                                             El Autor.

 


EN LA SALA REAL
 

“El viento riza la superficie de las aguas, inclina las blandas ramas de Kopalli hasta besar las flores, penetra juguetón por las columnas gigantes de la ancha portada moviendo los listones de colores y formando espirales el aromado humo del liquidambar, que arde en los pebeteros”.    –Itztollin-

                

    Había entrado la noche y las sombras cubrían como sedeñas las grandes moles de los edificios en la majestuosa capital del mundo. A poco las antorchas gigantescas lanzaron sus lenguas de fuego que movidas por el viento, parecían jugar con la cortina de las sombras. Numerosas personas se movían en la grande y hermosa Puerta de los Gigantes, aprestándose para asistir en la reunión en la Sala Real en el soberbio palacio de Tekpankaltzin, nuevo y gentil rey, que había ganado fama de sabia y bondadosa persona. Este rey era igualmente amante de lo bello: Como artista gustaba de la música, la danza y de todo lo que fuera Bello Arte.

   Durante los primeros años de su reinado, pensó en conocer el espíritu de su pueblo, las necesidades y los placeres que le movían más agradablemente. Reunió a su Corte y pidió la opinión de todas las personas, sobre cual era la manera de satisfacer las necesidades de su pueblo y de encausar en ellos mejores condiciones de progreso.

 

La bella Reina Xoçitl

 

Uno de los ministros, el más viejo y versado en cosas de Estado, puesto que había sido servidor fiel del padre de Tekpankaltzin, le expreso su idea de que los pueblos tienen un grupo de hombres sencillos y sinceros que crean bienestar para la Humanidad.

   Ellos son los artistas y los sabios, que los consultara para ver como se resolverían los problemas de la Nación y de la Confederación. Y esta idea se puso en marcha, porque el Soberano de la Tierra los reunió y pidió sus luces para dar formas mejores de vida a los reinos.

   Así muchos hombres trabajaban sobre diversas ciencias como Astronomía, Matemáticas y Geografía; Artes como la Pintura, la música, la danza y la escultura, etc.: pero más grandes progresos ocurrieron en la Agricultura y la Química, en ellas laboraron grandes y respetables sabios, tanto hombres como mujeres. Perfeccionaron la industria de los tejidos, del hilado del Içkatl, otros experimentaron los bellos y brillantes colores; otros estudiaban las plantas y de ellas obtenían medicamentos y alimentos, así todos trabajaban intensa y eficientemente. Más todos los sabios tenían que informar al Rey de sus descubrimientos en sus reuniones de Corte y mostrar el producto de sus trabajos, para que, las personas, fueran de la Corte o del pueblo, tuvieran conocimiento de los buenos sucesos logrados. Igualmente los pintores llegaban frecuentemente a exponer sus cuadros de los diversos temas en que se habían inspirado. Los danzarines exhibían sus maravillosas coreografías con el más grande placer de la Corte. Tal fue la costumbre en el reino de Tullan, durante la época de Tekpankaltzin.

   Era el día Kuauhtli en el reino de Tullan de la segunda Quintiana del mes Itzkalli del año ze Toçtli; la Corte llegaba con especial interés porque existían muchas cosas novedosas que se darían a conocer especialmente al Grande y Excelso Rey Tekpankaltzin.

   El vibrante Tepozkomatl, de la alta Zakualli, vibró con metálico son, indicando la octava hora de la noche

                                      

Columna de Piedra de la “Puerta de los Gigantes”

 

Al mismo tiempo, las personas iniciaron su entrada a la espaciosa Sala de Audiencias.

   La hermosa Sala, de alta techumbre, tenía sus grandes y pulidas trabes de roble con fondos de mica; las paredes mostraban los cuadros al fresco, de brillantes y firmes colores, realizados por los más famosos pintores del mundo. El piso de pulidas piedras, de colores rosa, verde y negro; daban reflejos metálicos a la luz de las antorchas como si fueran espejos coloridos. Al fondo de la sala real, estaba el Trono sobre una plataforma forrada de pieles de bestias hermosas.

   Los cortesanos se agruparon en condiciones de poder hacer paso al Soberano de la Tierra, pero sin perder la oportunidad de entablar una conversación previa sobre los temas posibles que iban a darse a conocer.

   En esos momentos, el maestro de ceremonias golpeó con su bastón de mando el piso de piedra y resonaron tintilantes sus cascabeles de oro que pendían de lo alto del bastón. Así anuncio la entrada del Soberano del mundo.

   Era joven, de aspecto amable, mirada serena, despejada frente sobre la que lucía su regia Kopilli engastada con verdes esmeraldas; su bigote, desvanecido al frente, aumentaba discretamente hacia las comisuras de los labios, y el mentón era cubierto por una piocha, bien cuidada, de negro pelo. Ricas vestiduras de fina pelambre de conejo y trama de Içkatl exhibían la blancura impecable de su limpieza. Sobre sus hombros caía el bellísimo manto de colores azul celeste y oro.

   A medida que pasaba el monarca, se acentuaba su fina sonrisa, que dibujada en sus labios, era muestra de agrado a los palaciegos, hombres de Corte y servidores reales. Su andar era seguro y rápido, la cabeza erguida, subió los escalones del estrado y se sentó con gracia y agilidad en el trono.

   Su escolta se distribuyó a uno y otro lado, dejando sitio a los Consejeros del reino que ya se aproximaban. Cada uno de ellos iba entrando en la Sala Real acompañado de su escolta o amigos; el primero fue el Gran sacerdote o Sumo Pontífice del culto de Tezkatlilpoka, sobre su venerable cabeza reposaba la tiara magnífica de oro, en la que lucía engastada una gran piedra verde, brillante y hermosa; sus vestiduras de negra túnica, caían hasta tocar los tobillos, lucía adornos de oro y una gran esmeralda a la altura del estómago. Por otra parte, simultáneamente cruzando el Gran Sacerdote del culto de Ketzalkoatl llevaba blanca túnica con cruces rojas y tiara otorgados por la Serpiente Celeste.

   En la mano derecha lucía los emblemas de su poder divino, de oro con incrustaciones de verde esmeralda y adorno de pluma verde.

   Tomaron asiento igualmente, a uno y otro lado del Monarca, los Grandes Sacerdotes del culto de Tlalok y del culto de Kopil –El Pájaro Sagrado Corazón del Mundo-.

   El Gran General, luciendo su polícromo penacho de pluma rica; hizo su entrada triunfal, lucía su cota fina de gamuza y pantalón del mismo material con sus flecos movedizos; su escudo fuerte y brillante de fina plumería. Tras él, a nueve pasos de distancia venían sus cinco capitanes; hizo una elegante y comedida referencia frente al estrado del Poderoso y tomó el asiento que le correspondía cerca del Rey.

   Una vez que estuvieron las personas principales en sus sitios, el Maestro de Ceremonial, tocó el piso con su bastón y la trompeta de caracol marino dejó oir sus cuatro sones, señal de que se iniciaban los trabajos conjuntos de la audiencia.

   Los hombres de la Corte, junto con las hermosas damas que acompañaban, iniciaron un paseo lleno de gracia y cuidado, platicando comedidamente en voz baja y en llegando ante el estrado del Poderoso, le expresaban en un saludo elegante e ingenioso sus deseos de ventura.

   Entre aquellos hombres y mujeres de Corte, no había instintos de intriga ni de maldad de unos para los otros; las cortes de los monarcas de Anahuak, se distinguieron porque sus componentes, eran cortesanos de bondadoso carácter, leales y de una franca sinceridad, desconocida en todas partes del mundo. Allí se encontraban, sabios matemáticos, astrónomos notables, químico, artistas   pintores, músicos, coreógrafos, etc. y las mujeres más bellas y honestas que hayan existido, sin que dejaran de ser profundamente femeninas y supieran lucir hermosas vestiduras, de tejido sutil, de coloridos y ornatos maravillosos.

   En la Corte ejemplar, se iban a desarrollar una serie de audiencias y demostraciones de inteligencia y buen juicio, como en ninguna otra ocasión.

 

 

  Los cascabeles de oro del Maestro de Ceremonial, tintilaron pidiendo atención, luego un golpe ligero sobre el pavimento, dio la señal y al fondo de la sala, por la puerta de entrada, aparecieron las figuras de dos hombres, llevaban en la frente cintilla blanca y pluma roja, signos de soltería y de arte, su blanca Tilmatli pendía con gracia sin igual de sus hombros y la cenefa de rojas acasilladas cintas se movía atrayente a su paso gentil y garboso. Uno traía en las manos flautas e instrumentos músicos. Ambos caminaron hasta el pie del estrado y dijeron:

-         Poderoso señor, cuatrocientas lunas veamos salir sobre vuestra cabeza de rey ejemplar, sabio y artista bondadoso, tal es nuestro deseo. –

-         Tloke Nahuake, el Invisible, el Dueño del Universo, oiga vuestro ruego, mis queridos súbditos; y, mientras tal designio se cumple, decidme, que os acerca a mí? –

-         Señor, somos Tlakuakanime, hemos viajado por los reinos amigos y hacia la banda del Gran Mar del Sur, hemos visto luchar a nuestros hermanos contra gente bárbara que viene de remotos países situados muy al Sur, llegan en grandes barcas cuatas, hemos visto ¡Oh! Soberano, el fragor de la batalla y hemos cantado la gloria de nuestros hermanos en himnos guerreros que ahora os ofrecemos. Así las generaciones posteriores recordarán nuestros cantares, si dignos son de ello.

   El Monarca entornó los ojos y frunció ligeramente el ceño, claramente se veía que el relato había despertado en él una preocupación, al fin de unos instantes de silencio y antes de dar la orden de que cantaran los aedas, les interrogó:

-         ¿Decís que nuestros reinos hermanos han sido atacados por los bárbaros navegantes de remotas tierras del Sur? ¿Son muchos esos enemigos? ¿Y nuestros hermanos no han solicitado ayuda? –

-         ¡Oh! Soberano de todos! Lo bárbaros son feroces como tigres hambrientos, se mueven con agilidad asombrosa y bordean las costas con audacia sin igual, hablan una lengua rara, de la que nuestros hermanos de los reinos Nikirame habían enviado noticias, no se han hecho entender; pero sus intenciones de destrucción son manifiestas. Sin embargo nuestros hermanos los han derrotado en las márgenes del gran Golfo de Tonallan El País del Sol. El General Kozmaitl –Mano Amarilla-, después de pelear durante una luna, hizo que las espumas del mar azul; llevaran sus grandes barcas por otros rumbos.

-         Cantad pues tales glorias, dijo el Soberano.-

   Notas vibrantes comenzaron a salir de la Tlapitzalli, que el músico producía magistralmente, mientras el cantor; con voz emotiva, y con verso limpio, como era el clásico en los cantares épicos; fue narrando la gesta heróica. Su pasaje culminante, fue cuando se narro la lucha entre las olas bravías del mar en el País del Sol; y la huída final de los bárbaros.

   El final fue soberbio, el mismo gran poeta de la Corte Itztollin, se levantó de su Yeyantli y ensalzó la obra de arte. El Rey quedó conmovido y un murmullo de admiración siguió entre los cortesanos.

   Los jóvenes y apuestos aedas fueron objeto de atenciones por parte de la concurrencia palaciega durante gran rato, hasta que al fín, las campanillas de oro, tintilaron nuevamente, y el silencio y la atención siguieron su mágico sonido. Luego se oyó sobre el pavimento el golpe del bastón. Las miradas se dirigieron a la puerta del fondo.

   Cuatro hombres, dos de ellos de edad provecta y dos aún jóvenes, entraron con paso lento; no se adivinaba en ellos temor o humildad; vestían bien y llevaban las insignias de plumas, de los venerados; bajo su brazo derecho traían grandes Amoxtin, y conversaban indiferentes mientras caminaban hacia el estrado real.

   El Gran Sacerdote del Culto de Ketzalkoatl, se inclinó hacia el Soberano y le dijo:

   -Cuatro sabios, Gran Señor, que escudriñan los secretos del Cielo, y que han tenido un problema que desean exponéroslo.

   -Son los cuatro sabios de mi ciudad?

   -Ciertamente no, Gran Señor, -intervino el Supremo Sacerdote del culto de Tezkatlilpoka-, son sabios de cuatro reinos distintos, que vinieron a reunirse aquí, a estudiar las leyes del Infinito. Solo uno es de nuestro reino.

   Al acercarse los cuatro sabios al trono real, se inclinaron con gracia, respeto y una cierta despreocupación, que daba un aire displicente; algunos cortesanos sonrieron, porque tales cosas no estaban permitidas a cualquiera; pero a los venerados se les dispensaba todo, pues bien de sobra se sabía ya su falta de cuidado mundano para ciertas cosas de rigor y formulismo. Más el Rey se levantó de su trono y bajando las gradas, fue a posar su mano derecha sobre el hombro de cada uno de los venerados, como distinción inequívoca de su respeto por ellos, y luego que los sabios hubiéronse puesto de pie, regreso a su asiento y preguntó:

   -Decidme venerables, qué asunto tan grave tiene preocupadas vuestras mentes y de qué problema me deseáis hablar?

   Entonces el más viejo de ellos dijo:

   -Mi nombre Excelso Señor, es Zapan, por muchos años he sido venerado como un sabio en las cosas del Cielo, mis cálculos astronómicos y mediciones del tiempo, han salido de esta ciudad para los otros reinos y siempre se han considerado como guía; más ahora, tengo que lamentar una gran contrariedad; estos venerables han encontrado que nuestro calendario tiene un error de 3 horas cada 1000 años. Permitidme ¡Oh, Soberano del Mundo! que os presente al joven matemático Ikatlemok, que ha venido por orden del Soberano de Xoçikalko a mostrarme el error; y el gran astrónomo Ekatzitzin –dijo señalando al anciano-, del reino de Metztitlan, que ha seguido el paso de los astros y encuentra como causa, una desviación del paso de Zitlaltonal (Mercurio), como indicio de una falta de correlación entre muchos cálculos. Y finalmente, de las lejanas costas del Mar del Sur, del reino de Tlapallantonko, viene este joven sabio de los Metzkah, con semejantes propósitos.

   Y el problema es ¡Oh Ilustre Soberano! de que debemos celebrar un Magno Congreso de astrónomos y Matemáticos, para corregir el Calendario, pues de otro modo yo moriré de vergüenza; yo he visto ya los cálculos de ellos y tengo que confesar que he sufrido tal error gigantesco en la medida del tiempo. Daos cuenta Soberano! tres horas cada mil años, es la pena que agobia! En ocho mil años, nuestro Calendario estará alterado un día!

   Un rumor de admiración y sorpresa, salió de todos los cortesanos que en voz baja iniciaron conjeturas y comentarios. Los matemáticos veían con asombro a los sabios llegados de otros reinos, y tuvieron deseos de haber podido romper las reglas del ceremonial para tomar conversación con ellos, pero tuvieron que aguantar.

   El Monarca guardaba silencio, no podía salir del estupor. Silencio absoluto se hizo también en la Sala Real, nada parecía moverse, ni tener vida en aquellos instantes en que el monarca reflexionaba. Pero han existido momentos mas inquietos que aquellos? Todas las mentes de los nobles y sabios, trabajaban a una velocidad fantástica, sus pensamientos revolvían el Universo entero, tratando de hallar una solución sensata a tan grave problema.

   Al fín, el monarca se dirigió al joven matemático de Xoçikalko y le dijo:

   Que es lo que sugiere tu soberano y amigo nuestro?

   Que pide consentimiento de los otros soberanos, inclusive de vos, para que en la capital nuestra, se reúnan todos los sabios a dar término feliz a este problema.

   Permitidme Oh Gran Señor! –intervino el viejo astrónomo de Metztitlan- mi soberano reclama igual derecho de que sea en nuestro reino donde tal evento ocurra.

   Y qué he de agregar yo Oh Excelso! –dijo el joven matemático de Tlapallantonko- cada uno de nosotros hemos trabajado en gloria de nuestra confederada nación, y el problema surge en dos sentidos, el primero es que vos, deis vuestro apoyo a que tal acto ha de ocurrir; y segundo, ponernos de acuerdo en el lugar y fecha donde habremos de corregir el Tonalamatl y el Metzamatl, en sus infalibles correspondencias con dos Zenmanamatl de Ilhuikaxoçitl –La Flor Celeste-, Zitlaltonalak y demás. Pero después de oir a mis venerables colegas, pienso que ceder un poco cada uno de nosotros, es lo más difícil de la situación.

   El monarca los miró y sonriente dijo;

   Nada más justo que tal celo para aprisionar la gloria que os guía, y aún, no encuentro una solución a esta pequeña dificultad.

   En aquel momento el Sumo Pontífice del Culto de Ketzalkoatl, se aproximo al Monarca y le dijo:

 

Panel en cenefas con esculturas en alto relieve, en uno de los corredores del Palacio.

   -Permitidme Excelso, que yo de una interpretación de los deseos de nuestros venerables; no es posible inferir un disgusto a nadie, pues al elegir una cualquiera de las capitales, sería para las de aquellas que no hubieran tenido tal fortuna, pienso que ha de ser un lugar neutral, de gran prestigio y amor entre nosotros, y como tal pienso en la ciudad Santa de Teotihuakan. Que opinan los venerables si todos concurren a ella con sus trabajos sobre el Universo?

   El Gran Sacerdote del culto de Tezkatlilpoka sonrió benévolamente y dijo al soberano:

   -Poderoso Señor! Creo que el sagrado –refiriéndose a su colega- tiene una buena solución, puede ser la Santa Ciudad, el centro de reunión del Congreso de Astrónomos y Matemáticos.

   Los cuatro venerables se miraron sorprendidos. No encontraron en su fuero interno una objeción, y sonriendo hicieron una caravana de asentimiento.

   Al momento en que los cuatro sabios se colocaban en asientos laterales juntamente con los cortesanos, el aúreo sonido de los cascabeles, del bastón de ceremonias dio la nota de atención; luego un golpe en el pavimento. Las miradas se fijaron en la puerta de entrada. Una escolta militar hizo oir su ritmo y aparecieron: un capitán portando el escudo de los cuatro Koltik en negros sobre fondo blanco, signo de los guerreros del Noroeste, y a cinco pasos de él, un prisionero atado del cuello y en medio de una escolta de guerreros.

   El prisionero, era un joven corpulento, casi de dos metros de estatura, vestía su Alkoton de piel fuerte con flecos y adornos de metal, en su cabeza traía el Keketzalli en pluma de águila que caía sobre su espalda como una cascada de soberbia. Calzaba Mokaktzintin de gamuza y pantalón de la misma piel. Su paso era firme a pesar de las ligaduras, la cabeza erguida y su mirada penetrante; el rostro pintado en líneas inclinadas en colores amarillo y rojo. Tras él, un guerrero confederado portaba atadas las armas del cautivo.

   Llegaron ante el estrado del Soberano. Ya para entonces, un hombre se había desprendido del grupo de los palaciegos y se había colocado junto a los de la audiencia, era un sabio Tetlahto. A él se dirigió el monarca ordenándole que interrogara al prisionero.

   El capitán jefe de la escolta dijo:

….-Soberano! Mil Lunas derramen su plata sobre tu cabeza y nuestros nietos tengan el placer de conocerte aún; tal es el deseo de mi soberano rey de Kulhuakan y el mío en particular. He venido en embajada a informaros, que nuestro reino ha sido atacado por los bárbaros gigantes del Norte, este es uno de sus jefes –dice llamarse Nube Roja-, nuestro reino estuvo a punto de sucumbir ante estos guerreros que son terribles; pelean como lobos en brama y son crueles, porque desconocen el respeto a las leyes de guerra, no saben que las ciudades no deben ser atacadas, que las batallas han de librarse en los campos que las circundan, y que los niños, las mujeres y los ancianos, deben ser respetados; ellos entran a nuestras ciudades y las saquean, matan a nuestras familias e incendian todo a su paso. El Rey me ha enviado para deciros que miles de ellos, se mueven por todos los rumbos del Norte y que debemos apercibirnos porque algún día atacaran con mayor vigor y en mayor número.

   -Es verdad que es grave la embajada, dijo el soberano, frunciendo el seño. Y sus ojos se fijaron en el soberbio guerrero, que permanecía erecto, alta la frente, la mirada firme y retadora, los labios apretados.

   El soberano hizo una seña a su intérprete, y éste se situó frente al guerrero, lo contempló por breve tiempo, y con voz ronca pronuncio, Al mismo tiempo que hacia con la mano derecha un movimiento lateral.

   El guerrero se quedó sorprendido y sus ojos se abrieron con gesto de estupor; pero al fin contestó en la misma forma.

   El sabio Tetlahto sonrió satisfecho, había analizado bien al guerrero, no se había equivocado, y su ciencia de las expresiones era tan grande que se había hecho entender del bárbaro.

   Ya seguro de lo que hacía, inició el interrogatorio. Ambos conversaron lo suficiente para que el intérprete diera noticia al rey.

   Señor del Mundo! El bárbaro del Norte, es un Gran jefe, se llama Nube Roja efectivamente, dice que en su gran país, ellos viven libres sin gran gobierno, siguen corpulentos animales por las praderas y pelean unos con otros y dice que existen pueblos de nuestra raza y modo de hablar con los que siempre han estado en guerra. Entre ellos vence el más fuerte, dice que ahora que él ha sido preso, está deshonrado. Atacaron nuestros confederados porque tenemos cosas buenas de comer y de vestir, les gustan los adornos, pero no nuestras casas, “que son como grandes jaulas”.

   Decidle –contestó el soberano-, si quiere fumar la Gran pipa conmigo.

   El intérprete procedió a dar a entender al cautivo los deseos del soberano; pero al enterarse hizo un gesto de soberbia y cruzando los brazos volvió a un lado el rostro al mismo tiempo que pronunciaba palabras de desprecio.

   Gran Señor! el bárbaro dice que los guerreros prisioneros mueren pero no hacen ni tratan de Paz. Que solo las mujeres se refugian en la Paz cuando pierden una lucha, que él es un Gran Jefe y debe morir.

   Entonces el Soberano dijo dirigiéndose al guerrero del reino de Kulhuakan:

   -Son indomables estos bárbaros y enemigos peligrosos, si vuestros informes son rigurosos, un día nos van a dar mucho que hacer estos hombres del Norte. Llevadlo a vuestro rey, y puesto que, es vuestro prisionero, sabréis lo que hacer con él, pero decid a vuestro soberano que mande un embajador a fin de formular una defensa en nuestra lejana frontera del Norte.

   Así terminó la audiencia….  


Insertamos también el cuento de los PASTORCILLOS a continuación:

 

LOS PASTORCILLOS

 

Cuento de la infancia

 

   Tenían la costumbre de reunirse por las noches, fueran de luna o negras, solo salpicadas de estrellas, en el amplio patio de la casa, envueltos en sus sarapes, sentados sobre los petates y reían y platicaban tantas y tan variadas cosas, comentaban sus aventuras y sus trabajos del día, hasta que al fin ya cansados uno a uno se iba lleno a dormir para continuar al siguiente día sus tareas de trabajo y de escuela.

   Yakani, aún no tenía por su corta edad ni el permiso ni la obligación de ejecutar tareas semejantes, no tenía otra cosa que hacer que vivir dando vueltas como Koyotl por las bastas salas de la casa, ir a corral de las aves y recoger en los nidos de las gallinas los huevos del día para que no se los comieran las ratas o el Kakomiztli; pero en ocasiones el hacía el papel de unas y otros, en varias ocasiones le sorprendieron romper los cascarones y sorber ávidamente el contenido de los “blanquillos”.

   Yakani sin embargo no estaba conforme con su buena alimentación, tenía una alma aventurera y soñadora, por ello no le gustaba jugar con su amiguita y vecina Cristo. Era ella una niña bien educada, flacucha de chica, de cabellos castaños que se había empeñado en hacer que Yakani aprendiera a jugar a las muñecas y cuando ella iba a la casa, se escondía, trepaba por los techos y duraba horas tirado al sol en la azotea sacando arañas de los agujeros de las piedras o pensando solamente como una cosa sensacional el momento en que ya fuera grande y se pudiera lanzar a trabajos como su hermano y su primo, deseaba fervientemente poder hacer todo lo que ellos hacían en el campo, era todo tan fácil, si no allí estaba por ejemplo saber sacar arañas con humo de cigarro y luego encerrarlas en botellas para mantenerlas con moscas que apresan con la mano, sus hermanos le habían asegurado que era muy difícil y peligroso, pero con solo verlos la primera vez ya lo pudo realizar y como se divertía viendo las arañas atacar a las moscas.

   La azotea no tenía solamente eso como único atractivo, entre los huecos bien escogidos de ciertas piedras, escondía sus centavos para que nadie se los quitara, había que defenderlos de la mamá pues no le gustaba que tuviera dinero para comprar dulces siempre dañosos. O de los hermanos mayores y de aquellas cuotas misteriosas que se emprendían por el “jefe” de la Cofradía de la “Rama”, que era una organización Secreta de los jóvenes del lugar, muy misteriosa. Ellos en cambio daban consejos y defendían a los pequeños de todos los ataques de otros jóvenes de otros barrios. Pero Yakani, era más listo y defendía sus dineros en la azotea de la casa.

   Aquella azotea tenía un encanto especial, las altas paredes eran como una atalaya, se extendía en su contorno un panorama, que por los ojos del pequeño era inmenso, se podían ver los tejados de las casas próximas, los andantes en las calles, las mujeres ir presurosas al comercio y los chicos correr en los patios o calles sin ser molestados por nadie. Aquella altura tenía un singular encanto.

   Yakani solo aceptaba ir en compañía de Cristo, cuando esta lo invitaba a su casa a comer lentejas con rodajas de chile serrano, era un platillo que la mamá de Cristo hacía con singular habilidad, él no aceptaba nunca comer, otro día, ni otros platillos que aquel plato extraño, aunque le rogaran mucho no aceptaba a comer ni iba siquiera a casa de su vecina, pero cuando le anunciaban el plato de lentejas se prestaba gustoso a ir. En ocasiones él correspondía esa amabilidad obsequiando conos de dulces de sabores a Cristo, los conos estaban sostenidos por un palo redondo y su azúcar pintada y perfumada duraba bastante tiempo en ser consumida.

   Así entre una y otra alternativa, transcurrían los años, un día Yakani tuvo un sueño extraño y se levantó gritando y llorando. Que era lo que había soñado? Como si fueran viñetas de un cinematógrafo, las imágenes se sucedían en un drama fantástico. Gentes de otras épocas con vestidos raros nunca vistos por él aparecieron con una gran claridad en sus sueño. Las mujeres vestían gorros en forma de conos con cintas colgantes de la punta, largos velos y vestidos largos y vistosos caminaban por un campo donde había casas cónicas de género. De pronto aparecieron hombres relucientes con armas y se trabó una descomunal batalla, muchos muertos, degollados, etc. por ello despertó.

   Cuando Yakani contó el sueño, la vieja sirvienta de la casa predijo que pronto habría una guerra, que ese sueño era una profesía. Creo que efectivamente hubo una o dos guerras algunos años después de aquel sueño.

   Cuando uno es grande no suele darse cuenta de cómo la vida de los niños transcurre tan lentamente en los primeros años, las preocupaciones de los grandes, son un alivio al aburrimiento, en cambio los niños…..pobrecitos, por eso dan tanta guerra, van y tientan aquí, van y descomponen allá, hacen enojar a las personas mayores porque su vida sin un objetivo determinado se llena de fastidios, de aburrimiento, no encuentran sabor agradable y de aliciente a sus actividades sin sentido. Por esa causa sus juegos, en los cuales si se presenta una finalidad: La de ganar o sea vencer; los toman con tanto empeño. Pero los años pasan y pasan en medio de ese tedio indiferente. En ocasiones son una fuente callada de impulsos que los mayores no saben comprender porque no platican ni interpretan a los niños. Es más, muchas veces se ríen de sus deseos.

   Yakani por aquellos años, tenía una esperanza muy grande, la de llegar a ser mayor, creía que podía crecer tan alto como un árbol corpulento que se erguía cerca de la ventana de su cuarto y lo decía así con simplicidad, cosa que hacía reír a las personas mayores, unos interpretaban la cosa como una tontera, otros movían la cabeza y terminaban por reírse de él.

   Seguramente el subconsciente trabajó mucho y fijó en ideas que se transfieren al exterior por medio de los sueños; sueños que en el niño no necesitan ser dormidos, sino despiertos, y él se veía ya grande como un árbol corpulento, pensaba como podía ya ejecutar muchos de los juegos de los chamacos grandes, como por fin podría ir a los trabajos con sus hermanos.

   Que le faltaba? Una cosa muy importante: Valor y para demostrar que ya merecía ser tomado en cuenta, se acercó una noche al Jefe de los Rama y pidió su ingreso, su inicio; los jóvenes lo quisieron poner a prueba y le dieron las tres primeras órdenes de la obediencia. Las cumplió para asombro de ellos. Fue aceptado. Aquella fue una noche gloriosa para él.

   Se convirtió en la mascota de los traviesos del lugar. Todos lo querían y cuidaban. Aprendió el uso de la pólvora, de los palos, de las carreras y de las corretizas, sus bolsillos se retacaron pronto de objetos, cuerdas, trompos, monedas viejas, clavos, tornillos, trozos de objetos raros.

   Todas las mañanas muy temprano los pastorcillos, esperaban en los grandes portones de sus casas, el paso de aquellas procesiones matutinas de animales que desfilaban por las calles, rumbo a los campos de pastoreo, el atajo de burros, los caballos; manejados siempre por los jóvenes grandes y expertos, luego las vacas recién ordeñadas con sus becerritos, luego el ganado menor, las grandes masas de chivos, borregos, los puercos y todo camino del campo.

   El burrero, era un joven experto en sus animales, conocía las mañas de cada uno de ellos y montaba muy bien; pero tenía debilidad por hacer maldades a los otros pastores dándoles permiso de montar aquellos animales que eran llenos de artimañas.

   Muchas veces en pleno campo, sentado en el verde césped desafiaba a los amigos para que se atrevieran a montar a tal o cual animal.

   Yakani tenía pocos días de ir al campo, no conocía muchas de las travesuras que se hacen entre si los pastores y cuando “el burrero lo invitó a montar la burra parda”, él pensó en algo fácil. Las apuestas fueron un trompo de madera de mamey y un valero de naranjo, ambas cosas eran buenas y codiciadas por los que conocían de juguetes.

   Allí traen los pastores con gran alborozo a la burra parda, todos llenos de risa, le ponen un pretal y se acerca Yakani, la trepa…..Oh!, el animal era incontrolable, corría y reparaba, la figura de Yakani parecía de goma en el lomo de aquella bestia mal intencionada, pero él apretaba sus piernas y se mantenía firme al pretal, pero la burra parda sabía lo que hacía, corría hacía una zanja con el fin de saltarla y dejar tirado al que osó montarla.

   Finalmente Yakani logró dominarla, y fue felicitado por todos los otros pastores, ganado los premios referidos, y convirtiéndose en el héroe del momento.

   Y así amigos lectores, es como pasan la vida los pastores, entre juegos y travesuras y grandes sueños, que algún día convertirán en realidad.